El comienzo de una revolución
Si nos preguntan cómo está organizada
la materia que forma un ser vivo, como por ejemplo un animal. Y debemos
responder a partir de lo que vemos a simple vista, es muy probable que nuestra
respuesta no sea muy diferente de la que daban los científicos en el siglo
XVIII. Hasta principios del siglo XIX, la comunidad científica de la época
admitía que la materia que forma un ser vivo se organizaba en tres niveles. El
nivel superior lo constituían los órganos, como el corazón o los pulmones,
estructuras perfectamente organizadas y bien distintas unas de otras. En el
segundo nivel se situaban los tejidos, como los que forman los músculos o la
piel, de aspecto homogéneo pero con características que permiten diferenciarlos
con facilidad. El nivel inferior lo constituía un material de aspecto amorfo,
sin ningún tipo de organización. El descubrimiento del microscopio permitió
observar con más detalle el nivel inferior, aparentemente desorganizado, y
supuso el primer paso para una revolución que cambió por completo el estudio de
los seres vivos.
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El descubrimiento del microscopio
Se llama resolución a
la distancia mínima que debe existir entre dos objetos para que podamos verlos
como dos cosas distintas. El poder de resolución del ojo humano es de 0,2mm, lo
que significa que si dos objetos están separados por una distancia menor se
verán como un único objeto. El microscopio es un aparato que utiliza la
capacidad que tienen las lentes de vidrio, como las lupas, de aumentar el
tamaño de las imágenes para conseguir un mayor poder de resolución. Los
primeros microscopios fueron construidos hacia el año 1600 y consistían
básicamente en dos lentes que se disponían en los extremos de un tubo. Una de
las lentes ampliaba la imagen formada por la otra (Fig.9).
1 El descubrimiento de la célula
En 1665 el científico inglés Robert
Hooke observó, con un sencillo microscopio compuesto, una delgada lámina de
corcho obtenida de la corteza de un árbol. Hooke describió lo que veía como una
estructura semejante a un panal de abejas y denominó “célula” (celdilla) a cada
uno de sus pequeños compartimentos.
Durante los 150 años siguientes, y a
pesar de que los microscopios experimentaron importantes mejoras, el
descubrimiento de Hooke no tuvo ninguna trascendencia para el estudio de los
seres vivos. Los botánicos y zoólogos de los siglos XVII y XVIII se dedicaron
toda su vida a la descripción y clasificación de las nuevas especies que, día a
día, descubrían los exploradores del nuevo mundo.
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Todos los seres vivos están formados por células
A principios del siglo XIX surgió en
Alemania una idea revolucionaria que pronto se hizo muy popular. Se pensaba que
los seres vivos estaban formados por la agregación de unidades vivas, como si
se tratara de infinidad de seres microscópicos viviendo juntos. Este nuevo
punto de vista revitalizó el estudio microscópico de las plantas y los
animales.
En 1838 Mathias Schleiden, profesor
de botánica, pudo comprobar que en cualquier fragmento de planta observado al
microscopio se podían reconocer las células descubiertas por Hooke. En 1839, el
zoólogo Theodor Schwann comprobó que también los animales estaban formados por
células. Ambos proponían que todos los organismos comenzaban su vida como una
sola célula, y se desarrollaban mediante la formación de nuevas células.
Schleiden y Schwann enunciaron por primera vez una teoría celular, según la
cual la célula es la unidad estructural básica de todos los organismos
pluricelulares capaz de existir por sí misma.
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¿De dónde proceden las células?
En un principio, Schleiden y Schwann
pensaban que las nuevas células del organismo se formaban en el interior de las
viejas células a partir de la materia amorfa que las rodeaba. Hasta la década
de 1860, no quedó demostrado que la vida no puede surgir de forma espontánea.
No pueden formarse células a partir de materia inerte. Toda célula procede de otra célula anterior.
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